Muchas son ya las marcas que construyen su imagen como empresa con la música. Esta es capaz de transmitir sus valores y su adn corporativo con una riqueza de matices imposible de igualar por otro tipo de estímulo. Además, lo logra de forma pasiva, casi subliminal, es decir, sin que el oyente deba dirigir su atención hacia el estímulo lo que le permite llegar a las mentes de todos los consumidores presentes en su campo de acción.
La música logra aumentar el tiempo de permanencia usando melodías más relajantes y a un tempo más bajo pero también puede reducirlo cuando es necesario si el modelo de negocio requiere una mayor rotación (por ejemplo de mesas en un restaurante con el fin de llevar a cabo dos turnos). En sectores como el textil, la música tiene una función alienadora que fomenta la impulsividad hacia la compra de ropa, teletransportando a los clientes a un entorno de fiesta en el que deben lucir sus outfits.
Así pues, el poder de la música para activar tus ventas es una realidad constatada por numerosos estudios. Volviendo al ejemplo del restaurante, está comprobado que una música elegante, mejora la percepción del negocio e incluso permite aumentar los precios de la carta sin que ello afecte al ticket medio (el valor promedio de cada venta hecha en tu negocio) de los comensales.
Además, al aumentar el tiempo de permanencia gracias a una música acorde con ese objetivo, el comensal alarga la sobremesa y siente el deseo de consumir un digestivo u otro café.
Permíteme contarte una experiencia personal que me ocurrió justo este pasado fin de semana en la terraza de un «chiringuito» de la playa de Málaga. Tras comer y haber realizado una breve sobremesa con mi familia y pedido la cuenta al camarero con la intención de abandonar el local casi inmediatamente, este empezó a reproducir música a través de su megafonía. Se trataba de versiones (covers) de Bob Marley, Manu Chao o Coldplay entre otros.
No se trataba de mi música favorita pero, escuchar esa mezcla de estilos justo delante del mar con una temperatura ideal (y pese a la presencia de algunas avispas que no dejaban de molestar), me animó a preguntar al resto de la mesa: ¿A alguien le apetece una copa? Adivinad qué ocurrió. ¡Que hasta mi suegra se apuntó al bombardeo! Y gracias a la música permanecimos casi una hora más allí consumiendo y aumentando el ticket medio.
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