La música está presente en la naturaleza y prácticamente todo tiene sus sonidos, provocando los más diversos efectos en los animales. Los seres humanos no somos los únicos capaces de enviar y recibir mensajes mediante diferentes sonidos, muchísimas especies se comunican, se advierten del peligro a través de estímulos sonoros y también prefieren cierto tipo de música antes que otras. Existe una disciplina que se encarga de estudiar el comportamiento animal y la música; se trata de la Zoomusicología.
Gracias a los estudios sobre sonido y animales, hemos podido saber que mediante la emisión de sonidos con diferentes frecuencias, las ballenas logran comunicarse bajo el mar; en cómo lo hacen las aves con sus cantos o en cómo lo hacen las fieras con sus guturales sonidos, entre otros, la Zoomusicología puede ser realmente interesante. Es aún más interesante si tenemos en cuenta que existen experimentos e investigaciones que han demostrado que además de comunicarse de esta manera, los animales pueden tener cambios en su estado de ánimo o inclusive preferir determinados estilos musicales.
En el año 1909 el The New York Times, publicó un artículo titulado “Los efectos de la música sobre Animales del Zoo”, en el que se hablaba sobre los efectos de la música en todo tipo de especies del Zoológico del Bronx, nombrando reptiles, primates, aves, elefantes y leones al tiempo que se formulaba la pregunta: ¿los animales podrán apreciar la música? En la experiencia, se notó que los orangutanes respondían con un claro agrado a piezas de música clásica y que además eran capaces de mover su cuerpo siguiendo los compases al ritmo de un swing.
En otros animales como en camellos, también parecía haber una sensación de agrado; los animales estiraban el cuello y se acercaban a la fuente del sonido. Por otra parte, caninos como coyotes y lobos se mostraban asustados e intranquilos ante las mismas reproducciones. Hoy, más de 100 años más tarde, la pregunta continúa presente y ha sido el centro de muchas investigaciones.
En 2009, se realizó un experimento en el que se comprobó que otras especies animales son capaces de reaccionar emocionalmente ante estímulos musicales. En él se interpretaron diferentes melodías para un público compuesto por monos tití de las selvas centroamericanas.
Después de estudiar detalladamente a los monos y analizar los sonidos emitidos para comunicarse, varias piezas fueron compuestas para ellos. Así se interpretaron dos composiciones que en su forma y estructura eran símiles a las que emitían los monos para alertar peligro, o los que emitían cuando se sentían seguros. Ante las piezas, los monos reaccionaban de acuerdo a los mismos patrones, respondiendo con mayor intensidad cuando sonaba la primera composición: los monos sacudían su cabeza, sacaban la lengua y miraban incesantemente a su alrededor. En conclusión, los investigadores señalaron que los resultados eran muy sugerentes y que podían servir para entender que lo emocional de la música puede tener una larga historia evolutiva.